Lo que siento por los animales, lo llevo en el corazón
Publicado 14/02/2023
Alguien más sabio que yo dijo una vez: «Una de las cosas más difíciles de la vida es tener en el corazón palabras que no se pueden pronunciar».
Al sentarme a escribir esto para el día de San Valentín, dudo que nunca vaya a encontrar las palabras adecuadas para explicar mis sentimientos hacia esas otras especies que comúnmente llamamos «animales».
Esas maravillosas criaturas que merecen tener una vida digna de ser vivida, que merecen nuestro respeto y que tienen el mismo derecho a vivir en este planeta, pero de las que, con demasiada frecuencia, abusamos para nuestro propio placer, ganancia material o simplemente «porque podemos».
No hay nada que me desespere más que algunos de mis congéneres insistan en maltratar y hacer daño a los animales. Son los más débiles de la sociedad, pero son las criaturas que hacen latir mi corazón. Nos dan alegría, solo por ser ellas mismas.
Sin embargo, estas son las criaturas, ya sean domésticas, salvajes o criadas en las granjas, que sometemos a nuestra voluntad. Que vigilamos y controlamos. Que decidimos si viven o mueren.
Los humanos somos complicados. Muchos de nosotros nos preocupamos por los animales y nos ocupamos de su bienestar, pero ¿cuántas personas conoce con poco interés por los animales criados para la producción de alimentos?
Siempre me sorprende que algunos «amantes de los animales» nunca se cuestionen la forma en que se cría y se trata a los animales para obtener carne.
Un hecho más conocido como «la paradoja de la carne».
Como me dijo una vez una amiga, la baronesa Rosie Boycott: «Si intentáramos criar perros labradores de forma intensiva como hacemos con los cerdos, que son igual de inteligentes, sería un escándalo».
Del mismo modo, muchos humanos piensan poco en cómo se sienten los animales salvajes que están encerrados en los zoológicos. O en cómo se golpea y se tortura a los animales hasta la sumisión, solo para que puedan cargar a los humanos, o bailar, o luchar, simplemente para nuestro placer y entretenimiento superficial.
Sin embargo, también sabemos que muchos dueños de animales de compañía, en realidad los prefieren a las personas. Según una investigación (Pets over People) uno de los motivos por los que algunas personas prefieren a los animales de compañía sobre las personas es que estos les proporcionan un «aprecio positivo e incondicional», algo que un amante de los animales no siempre obtendrá de la interacción humana. Tampoco estigmatizarán socialmente a una persona con una enfermedad mental. Además, las rutinas que acompañan a un perro o un gato –p. ej., darles de comer y sacarlos a pasear– distraen de los sentimientos negativos, los interrumpen y aumentan la interacción social. Esas ventajas reducen el estrés y la soledad. También es valiosa la sensación de «pase lo que pase, mi animal de compañía me quiere».
Lo que está claro es que, al atesorar a alguien, a un animal o a otro ser humano, se tiene la sensación de ser querido, o de estar protegido y ser valorado de manera incalculable. Muchos de nosotros habremos tenido la suerte de disfrutar del regalo de ser apreciados como personas. Esa sensación de amor incondicional que nos hace sentir profundamente valorados y apreciados. Es un sentimiento reconocido en todo el mundo y especialmente el día de San Valentín.
No estoy seguro de poder expresar con palabras mi gratitud por el amor incondicional que me ha brindado Duke, nuestro perro de rescate. Ni el placer infinito que obtengo al estar con todos los animales y observarlos disfrutando simplemente de la vida.
Lo que es cierto es que las palabras no importan. Todos sabemos en nuestro corazón qué es lo que nos llena de alegría. Y para mí, es el profundo amor y la conexión que tengo con los animales. Es lo que me motiva en mi trabajo y en mi vida. Afortunadamente, no soy el único que lo siente. Y que así sea por mucho tiempo.
Del blog de Philip Lymbery